De acuerdo con los arqueólogos y antropólogos, los signos de vestimenta más antiguos probablemente consistieron en pieles, cueros, hojas o pasturas, envueltas o atadas alrededor del cuerpo como protección de los elementos de la naturaleza, 50 000 a. C. El conocimiento sobre estas ropas es una deducción, ya que los materiales mencionados se deterioran rápidamente comparados con piedra, hueso, caparazones y artefactos metálicos. Desde el principio de los tiempos hasta nuestros días, la vestimenta ha sufrido numerosas transformaciones que en la mayoría de los casos han sido debidas al descubrimiento de nuevos tejidos y materiales e, indudablemente, a las tendencias que dictan los diseñadores.
La aguja de ojo se descubrió hace 40 000 años. El siguiente paso fue el descubrimiento de los tintes, que se obtienen por un proceso de maceración en agua de la corteza de ciertos árboles que contienen taninos, sobre todo del roble y el sauce. El primer telar data del neolítico, 7000 a. C.
La entrada de los pueblos germánicos en el imperio romano transformó la vestimenta. Los jefes militares vestían a la romana cuando pasaban el pomoerium. Al guiar las tropas –en su mayoría, germanos– vestían bragas, a la manera de estos pueblos. Hubo adaptación de prendas de uno y otro lado, así los bárbaros usaron la túnica más corta que la romana para favorecer los movimientos. A través de escritos de Paulo Diácono, se sabe que la vestimenta de los lombardos era suelta y generalmente de lino, como solían llevarla los anglosajones, decorada con amplias orlas de tejido de diversos colores. Los zapatos eran abiertos casi hasta la extremidad del dedo mayor, sostenidos por medio de correas entrelazadas.
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